Magdalena Cabassi
Analizando las
teorías de Kant dentro de su texto “Analítica de lo bello”, encontramos al
sujeto, como el ser que le da forma al objeto para que pueda reconocerlo. A
este sujeto se le presentan cosas en su experiencia que construyen al objeto.
Tomado de esta forma, según Kant, un sujeto cuanto más experiencia tenga, mayor
va a ser su arte. Entendemos, que el mundo que el sujeto conoce es el mundo que
el sujeto construye. El juicio del gusto que genera el sujeto es desinteresado,
meramente contemplativo, al igual que el arte, que se contempla, que es
universal, ya que tanto el que lo realiza como el que lo consume, coinciden en
que el arte de por sí es ‘bello’, dándole una validez universal sin un concepto
que lo restrinja.
Kant en su crítica, dentro de la experiencia estética, pone en primer
lugar al juicio estético que emite el sujeto y en segundo lugar al placer que
siente el mismo, dándose una relación causal, tomando al placer como producto de una actividad mental, un
sujeto activo al conocimiento. Relacionando esta noción con el arte, podemos
ejemplificarlo de esta forma: una persona que se encuentra ante una obra de
arte, primero realiza un juicio estético ante ella, con el entendimiento y la
imaginación (relacionados por producir
conocimiento) en un estado suspendido, de juego libre, en el que no se
encuentra determinado por un concepto. Luego del juicio estético, aparece la
agonía de este juego libre, produciendo el placer estético, el que contempla la
obra de arte se entrega al placer puro de contemplarla. En cuanto a la
definición de juicio estético, Kant dice: “Este
juicio se llama precisamente estético también porque su motivo determinante no
es un concepto sino el sentimiento (del sentido interno) de aquella
concordancia en el juego de las fuerzas espirituales, a condición únicamente de
que ésta sea advertida.”[1].
El arte, en su amplio aspecto, es el que opera sobre los sentidos, y es el
hombre quien expresa sus sentimientos en formas bellas.
Otra de las características que expone el autor es que, la belleza de un
objeto se juzga en la ausencia de un concepto del fin del objeto, a pesar de
esta ausencia el objeto presenta finalidad, y gracias a ella sentimos placer en
lo ‘bello’. En el arte es esencial la ausencia de un fin externo, para poder
ver ‘bello’ al objeto, generando misterio, llamando la atención. Es posible que
al contemplar el arte, en cualquiera de sus ramas, uno pueda saber de qué
material está hecho (Ej. La pintura o escultura), o cómo está compuesto (Ej. La
música), pero nadie sabe el “¿Para qué?”. Notamos que cualquier sujeto que
contempla el arte, mientras lo realiza, se abstrae del mundo externo, este
suceso lo explica Kant de la siguiente manera: “(…) causalidad, a saber: conservar el estado de la representación misma
y la ocupación de las facultades de conocimiento sin otra intención. Nos
detenemos en la contemplación de lo bello porque esa contemplación se
acrecienta y reproduce por sí misma (…)”[2].
Esto sucede, por ejemplo, cuando un sujeto participa como público en una obra
teatral, éste se abstrae de sus pensamientos, inconcientemente, para meterse de
lleno en la historia, vivenciando el placer que le genera el mismo.
El arte es ‘bello’, entre otros
aspectos, debido a la originalidad del mismo, a un talento innato en el artista
que genera obras ejemplares, no pudiendo ser derribadas a causa de tener una
naturaleza y reglas propias. Es imposible expresar una fórmula de una obra de
arte, ya que el mismo es producido libremente y racionalmente, con una finalidad
clara, teniendo como recompensa el placer. La propia representación del arte
proporciona belleza, por su forma, independientemente de su sentido y de la
interpretación que se le dé.
Vemos de esta forma, la relación de la teoría de Kant con el arte, que es
el sujeto en base a su razón, su experiencia y conocimiento, el que construye
el arte, siendo éste, ‘bello’, por ser desinteresado, universal, con una
finalidad sin fin, y necesario, generando placer.
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