viernes, 10 de octubre de 2014

Lo bello en el arte

Magdalena Cabassi

Analizando las teorías de Kant dentro de su texto “Analítica de lo bello”, encontramos al sujeto, como el ser que le da forma al objeto para que pueda reconocerlo. A este sujeto se le presentan cosas en su experiencia que construyen al objeto. Tomado de esta forma, según Kant, un sujeto cuanto más experiencia tenga, mayor va a ser su arte. Entendemos, que el mundo que el sujeto conoce es el mundo que el sujeto construye. El juicio del gusto que genera el sujeto es desinteresado, meramente contemplativo, al igual que el arte, que se contempla, que es universal, ya que tanto el que lo realiza como el que lo consume, coinciden en que el arte de por sí es ‘bello’, dándole una validez universal sin un concepto que lo restrinja.
Kant en su crítica, dentro de la experiencia estética, pone en primer lugar al juicio estético que emite el sujeto y en segundo lugar al placer que siente el mismo, dándose una relación causal, tomando al placer como producto de una actividad mental, un sujeto activo al conocimiento. Relacionando esta noción con el arte, podemos ejemplificarlo de esta forma: una persona que se encuentra ante una obra de arte, primero realiza un juicio estético ante ella, con el entendimiento y la imaginación  (relacionados por producir conocimiento) en un estado suspendido, de juego libre, en el que no se encuentra determinado por un concepto. Luego del juicio estético, aparece la agonía de este juego libre, produciendo el placer estético, el que contempla la obra de arte se entrega al placer puro de contemplarla. En cuanto a la definición de juicio estético, Kant dice: “Este juicio se llama precisamente estético también porque su motivo determinante no es un concepto sino el sentimiento (del sentido interno) de aquella concordancia en el juego de las fuerzas espirituales, a condición únicamente de que ésta sea advertida.”[1]. El arte, en su amplio aspecto, es el que opera sobre los sentidos, y es el hombre quien expresa sus sentimientos en formas bellas.
Otra de las características que expone el autor es que, la belleza de un objeto se juzga en la ausencia de un concepto del fin del objeto, a pesar de esta ausencia el objeto presenta finalidad, y gracias a ella sentimos placer en lo ‘bello’. En el arte es esencial la ausencia de un fin externo, para poder ver ‘bello’ al objeto, generando misterio, llamando la atención. Es posible que al contemplar el arte, en cualquiera de sus ramas, uno pueda saber de qué material está hecho (Ej. La pintura o escultura), o cómo está compuesto (Ej. La música), pero nadie sabe el “¿Para qué?”. Notamos que cualquier sujeto que contempla el arte, mientras lo realiza, se abstrae del mundo externo, este suceso lo explica Kant de la siguiente manera: “(…) causalidad, a saber: conservar el estado de la representación misma y la ocupación de las facultades de conocimiento sin otra intención. Nos detenemos en la contemplación de lo bello porque esa contemplación se acrecienta y reproduce por sí misma (…)”[2]. Esto sucede, por ejemplo, cuando un sujeto participa como público en una obra teatral, éste se abstrae de sus pensamientos, inconcientemente, para meterse de lleno en la historia, vivenciando el placer que le genera el mismo.
 El arte es ‘bello’, entre otros aspectos, debido a la originalidad del mismo, a un talento innato en el artista que genera obras ejemplares, no pudiendo ser derribadas a causa de tener una naturaleza y reglas propias. Es imposible expresar una fórmula de una obra de arte, ya que el mismo es producido libremente y racionalmente, con una finalidad clara, teniendo como recompensa el placer. La propia representación del arte proporciona belleza, por su forma, independientemente de su sentido y de la interpretación que se le dé.
Vemos de esta forma, la relación de la teoría de Kant con el arte, que es el sujeto en base a su razón, su experiencia y conocimiento, el que construye el arte, siendo éste, ‘bello’, por ser desinteresado, universal, con una finalidad sin fin, y necesario, generando placer.











[1] Kant, Immanuel, Crítica del juicio, Alemania, 1790, pág. 72.
[2] Kant, Immanuel, Crítica del juicio, Alemania, 1790, pág.65.

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